viernes, 23 de diciembre de 2011

24/12/2011


Sospecho que he de morir pronto. Me resigno a no saber el momento exacto de mi partida, pero la incertidumbre en la que me hallo me obliga al miedo absurdo de quien como yo debe soportar la angustiosa certeza de la mortandad, por lo tanto sufro. Debo pensar. La experiencia secular de mis ancestros me sugiere entregarme a la religión que más creíble me parezca o negarme indefectiblemente a toda sumisión, entregarme a mi propia autonomía. Un impulso inmediato me orienta hacia la segunda opción, y tan velozmente como aquello, detengo esa pulsión con un razonamiento medroso: temo desnudarme y saberme incapaz de sostener mi propia vida. O más bien, temo no hallar razones para realizar aquel esfuerzo eminente, a raíz del cual no sé si sucumbiré, ni cuándo ni cómo. Por eso repaso la primera opción, desde que tengo uso de razón. Pero tampoco me entrego, por la naturaleza egocéntrica que reviste a mi especie; sin embargo, siento una profunda satisfacción al descubrirme en esta actitud sediciosa, que acusa mis propias características biológicas y las entiende como un obstáculo para entregarme, para reorientarme sintiéndome incapaz, al menos, en lo que concierne al descubrimiento pleno del sentido de estar con vida. Y aquí me encuentro frente a un problema: descubro un obstáculo a mi entrega presente en lo profundo de mi ser, por lo tanto, si he de entregarme a algo, será luego de rebelarme contra mi propia naturaleza y trascender sus límites, quebrantar sus fronteras, burlar sus abismos y desafiar sus azares. Escondo en mi interior algo más que la lógica de la materia, de lo concreto y visible; aquello guarda el sentido que me salvará de la angustia de ser huérfano ante el mundo.

martes, 19 de agosto de 2008

Tentación

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De destrozarte la cabeza tengo ganas y desganas. Ganas desde que sostengo este vaso vacío de vidrio, que pienso que podría ahora estrellártelo tan fuerte, es decir, con tantas ganas de estrellártelo fuerte, y quizás, por fín, destrozarte la cabeza, nada más que para ver como te desangras y como ellos vienen a llorar impresionados, y a sentir innumerables emociones en un sólo momento. Sólo es esta oportuna y constante desgana, la que me hace recordar que si sostengo este vaso, no es más que para beber algo.
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lunes, 18 de agosto de 2008

Diecisiete de Agosto de dos mil ocho

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Tenía los ojos hinchados, la boca abierta y alargada casi alcanzando a tocar su mentón; era como una caricatura de lo imposible, como una encarnación de lo desagradable con rasgos faciales exagerados, y más abajo el drama interminable de su torso y de sus hombros que por descuido se les escapaban veloces dos brazos que se entrecruzaban generando curvas en dirección a su cabeza, sus manos crecían como crecen los árboles y sus dedos aparecían de pronto cimbrándose como ramas y apretándose sobre su cara, como parte final del proceso de la súplica. Pero por qué no, pero por qué no; y ese "por qué no" era el ataque del cual debía defenderse el hombre barbudo, que tenía por hermana a la mujer que aquel personaje pretendía por esposa. Y por qué no, y por qué no, ahora su rostro demacrado por sus dedos y esa horrible enredadera de lana negra atascada a la cumbre de su cráneo le daban un aspecto terrorífico y patético, implacable a la negación del hombre barbudo que meditaba. -Sí, por qué no- pensó entonces o quizás sencillamente lo dijo, lo cual es más probable porque el gran círculo de gente que los rodeaba comenzó a emitir juicios y discutir aquella supuesta sentencia. ¿Por qué no?. ¡porque no!, y el hombre de aspecto patético, que aún continuaba con sus dedos reposando sobre su cara cerró la boca para alargarla esta vez horizontalmente, es decir, con el objetivo aparente de sonreír, y ya la lana que le cubría la cabeza se transformó en cabello, y sus ojos se adueñaron de una mirada distinta, ya nada más faltaban sus dedos por quitarse de la cara, y de su cara comenzaron a emerger vellos que dibujaban una barba cada vez más exuberante, hasta el punto de empujar ella misma los dedos que reposaban sobre su cara. -Si quieres te regalo mi tarjeta de matrimonioms, para que dejes de ser un pobre diabloms- dijo enseguida el hombre barbudo al hombre barbudo, mientras a sus espaldas nada más lloraba la hermana o prometida, que suplicaba desesperadamente con los ojos hinchados y la boca alargada hasta el mentón.

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jueves, 31 de julio de 2008

Yo fui el niño

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Yo fui el niño que quedó atrás;
el que decidió huir con los animales,
sabiendo a salvo, bajo la tierra,

su cómplice de juguete.


El que pensó que pudiera salvarse

tan sólo amando tanto,
tan sólo amando tanto.

Dueño de sus tres años,
teóricamente enamorado,
prácticamente loco.


Yo fui el niño que decidió quedarse;

pero no hubo otra opción,

ellos ya se habían ido,

como niños enojados.



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Por qué escribo




Diré algo de lo que estoy seguro:
Yo escribí por miedo. Y si aún escribo
es porque me he enredado tanto al miedo,
que ya lo asumo como algo
o como todo
de lo que estoy hecho.

Yo escribo por miedo y escribo para salvarme;
para palparme,
para saberme,
para tragarme.

Yo escribo por miedo a quedarme sin ojos;
y que las lágrimas me salgan por los poros,
libres al fin de mi silencio de años,
así tan desnudas y desmesuradas,
y así yo, tan vulnerado de tristeza,
tan frenéticamente violado por el llanto.

No es gran cosa aquello de la escritura,
es sólo mi gran mentira asumida;
Miento cuando nombro al amor
e ignoro la obscenidad
que carga a sus espaldas,
o los guijarros de odio,
innombrables y temibles
que esconden mis afectos.

Entiéndame: decidí -sin ser culpable-
fundar mi nombre sobre jardines inventados,
sobre infancias forjadas a letras,
sobre un obelisco derrumbándose
frente a mi casa.

No es gran cosa aquello de la escritura,
mas para no morir me ha sido suficiente;
Yo escribo por miedo a olvidarme,
por miedo a matarme, a desaparecerme,
por miedo a morir y que no me crean.

Yo escribo
por miedo de haber nacido
-irremediablemente-
en este mundo.


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lunes, 14 de julio de 2008

Sentencia



Mi sentencia fue haber nacido imbecil,

a esto, se me concedió además,
los ojos y las orejas, y por último, la boca.
Diría que por castigo,
he oído tanto,
he visto tanto.
Me he resignado a humillarme;
lo he delirado todo.

Yo nací después de la propaganda.
Y sobre la propaganda, grité la propaganda.
En definitiva, soy prisionero de la propaganda;
moriré habiendo cumplido cadena perpetua.

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domingo, 25 de mayo de 2008

Nadie quite sus ojos de encima

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Carlitos se reflejaba en el espejo, o el espejo se reflejaba en Carlitos. Cada pedazo de Carlitos se calcaba en cada pedazo del espejo, y así, el par correspondiente de Carlitos-espejo unidos correctamente a los demás pares, formaban el reflejo de Carlitos en el espejo, o del espejo en Carlitos. De esta manera, Carlitos gesticulaba, y el espejo recibía el gesto de forma tan precisa, que apelaba sin márgenes de error a la coincidencia, y lograba así reflejar el exhaustivo movimiento de cada músculo de su cara, e incluso, el resultado de su tan riesgosa y compleja decisión de excederse en su confianza con el espejo y revisar hasta los últimos poros de su piel, y de cada vello que nacía y crecía casi al mismo tiempo sobre los mismos. Pero era como si no tuviera idea nadie del trabajo mismo ni del trabajo del otro. Ni el espejo de Carlitos, ni Carlitos del espejo -que además- había olvidado por completo. Porque Carlitos llegó a la confusión inevitable de pensar que realmente era él quien estaba reflejado en el espejo, y no el espejo quien se estaba viendo sobre Carlitos. De todos modos, la rebelión comenzó con una distorsión inhumana en el cuerpo reflejado, es decir, sin los mismos vellos ni los mismos poros que habían sido descubiertos antes, como si alguna mágica ráfaga de sombras extraviara la imagen o resultado del apareamiento entre Carlitos y el espejo, y una especie de muerte quisiera hacer un trío con ellos dos. No vaya ahora Carlitos a confundirse con la muerte, o la muerte con Carlitos, o el espejo pensara que es la muerte, o Carlitos se diera por muerto. Por fortuna, un pestañeo suele pasar inadvertido y sin intenciones de complicar a nadie.
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