jueves, 31 de julio de 2008

Por qué escribo




Diré algo de lo que estoy seguro:
Yo escribí por miedo. Y si aún escribo
es porque me he enredado tanto al miedo,
que ya lo asumo como algo
o como todo
de lo que estoy hecho.

Yo escribo por miedo y escribo para salvarme;
para palparme,
para saberme,
para tragarme.

Yo escribo por miedo a quedarme sin ojos;
y que las lágrimas me salgan por los poros,
libres al fin de mi silencio de años,
así tan desnudas y desmesuradas,
y así yo, tan vulnerado de tristeza,
tan frenéticamente violado por el llanto.

No es gran cosa aquello de la escritura,
es sólo mi gran mentira asumida;
Miento cuando nombro al amor
e ignoro la obscenidad
que carga a sus espaldas,
o los guijarros de odio,
innombrables y temibles
que esconden mis afectos.

Entiéndame: decidí -sin ser culpable-
fundar mi nombre sobre jardines inventados,
sobre infancias forjadas a letras,
sobre un obelisco derrumbándose
frente a mi casa.

No es gran cosa aquello de la escritura,
mas para no morir me ha sido suficiente;
Yo escribo por miedo a olvidarme,
por miedo a matarme, a desaparecerme,
por miedo a morir y que no me crean.

Yo escribo
por miedo de haber nacido
-irremediablemente-
en este mundo.


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lunes, 14 de julio de 2008

Sentencia



Mi sentencia fue haber nacido imbecil,

a esto, se me concedió además,
los ojos y las orejas, y por último, la boca.
Diría que por castigo,
he oído tanto,
he visto tanto.
Me he resignado a humillarme;
lo he delirado todo.

Yo nací después de la propaganda.
Y sobre la propaganda, grité la propaganda.
En definitiva, soy prisionero de la propaganda;
moriré habiendo cumplido cadena perpetua.

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domingo, 25 de mayo de 2008

Nadie quite sus ojos de encima

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Carlitos se reflejaba en el espejo, o el espejo se reflejaba en Carlitos. Cada pedazo de Carlitos se calcaba en cada pedazo del espejo, y así, el par correspondiente de Carlitos-espejo unidos correctamente a los demás pares, formaban el reflejo de Carlitos en el espejo, o del espejo en Carlitos. De esta manera, Carlitos gesticulaba, y el espejo recibía el gesto de forma tan precisa, que apelaba sin márgenes de error a la coincidencia, y lograba así reflejar el exhaustivo movimiento de cada músculo de su cara, e incluso, el resultado de su tan riesgosa y compleja decisión de excederse en su confianza con el espejo y revisar hasta los últimos poros de su piel, y de cada vello que nacía y crecía casi al mismo tiempo sobre los mismos. Pero era como si no tuviera idea nadie del trabajo mismo ni del trabajo del otro. Ni el espejo de Carlitos, ni Carlitos del espejo -que además- había olvidado por completo. Porque Carlitos llegó a la confusión inevitable de pensar que realmente era él quien estaba reflejado en el espejo, y no el espejo quien se estaba viendo sobre Carlitos. De todos modos, la rebelión comenzó con una distorsión inhumana en el cuerpo reflejado, es decir, sin los mismos vellos ni los mismos poros que habían sido descubiertos antes, como si alguna mágica ráfaga de sombras extraviara la imagen o resultado del apareamiento entre Carlitos y el espejo, y una especie de muerte quisiera hacer un trío con ellos dos. No vaya ahora Carlitos a confundirse con la muerte, o la muerte con Carlitos, o el espejo pensara que es la muerte, o Carlitos se diera por muerto. Por fortuna, un pestañeo suele pasar inadvertido y sin intenciones de complicar a nadie.
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viernes, 23 de mayo de 2008

Instrucciones para calmar el apetito sexual

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Para dicho propósito, mire a su alrededor y busque aquello que esté al alcance de su mano. Esto puede ser: una mujer, preferentemente dispuesta, para evitar consecuencias indeseables; un hombre, un gato, un perro o una vaca, en caso de que usted viva o se encuentre en zona rural. También es importante considerar lactantes, o niños de entre diez y trece años, puesto que presentan mayor docilidad y usted puede fácilmente manejar su silencio. Es recomendable conservar en su bolsillo un billete grande o una buena cantidad de billetes pequeños, y en el otro bolsillo del pantalón (o en el de la campera si así lo prefiere) un caramelo, una barra de chocolate o un chicle. En caso de que usted tenga pareja, tiene la opción de llamarla por teléfono o tocar directamente la puerta de su casa o de su habitación; si se resiste, amenácela con terminar la relación, o, en el peor de los casos, con un cuchillo de cocina. Si por el contrario, usted no posee apetito sexual, le sugerimos no difundir ni acatar las instrucciones de este material.

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lunes, 19 de mayo de 2008

Nuestra enfermedad incurable

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Más de diez años a su lado y nunca le ví la cara. Ni a sus hijos, que por consiguiente, debían ser mis hijos. El error irreconciliable de procrearlos, de yo dártelos o de tú robartelos. Qué importa. Al fin y al cabo, sólo por ellos decidimos afrontarnos, sólo por ellos decirnos familia, aunque siempre con la misma indiferencia, como si realmente (y de esto soy testigo) nunca nos hubiesemos querido. Hubo, sin embargo, un tiempo en que cada uno aprendió el nombre del otro, como un niño aprende el abecedario o las vocales. Y reconozco que dicha inocencia fue el argumento más sólido que pudo haber tenido cualquiera de mis locuras. Sin duda, la de dejarlo todo, fue la más desmesurada de mis locuras. No nos lo propusimos, sino que se dio, casi al mismo tiempo en que se dieron nuestros hijos; inoportunos, indeseables, horrorosamente amados. Porque los niños no cargan con niños, sino que con muñecos, o a lo más, con carreras universitarias. En aquellos días (que merecen ser aquellos por ser nada más que del pasado) que ella fuera chilena y yo argentino, era nuestro juego de coquetería más desopilante, nos hacía reir y enamorarnos más de la cuenta. En ese entonces yo le decía: "No seas pavota, Carolina", y Carolina asintía con un dejo de duda o misterio que expresaba con una sonrisa encantadora. Bastó el tiempo para que aquella rutinaria gracia, se transformara en un llanto que eligiera mis ojos. Mis ojos, que corrieron como por un péndulo, desde lo inexorable hasta la más humillante vulnerabilidad.
Pasamos (siempre juntos) de ser amados a ser olvidados por nuestros seres queridos, de querernos a olvidarnos lentamente, como una encrucijada del destino, que por ser lenta duele el doble. De ser libres a dejarnos caer en el abismo que fue formándose de a poco; y vernos morir, en el mismo sitio donde un día nos juramos la vida.
Enfrentar todo esto era de algún modo, aceptar la culpa del suicidio. Los gestos de cariño parecían oxidarse, y hacer el amor era casi como una oratoria dominical, casi como un ritual que evocaba una funesta y desagradable resurrección de cadáveres. Recuerdo cuando por primera vez abrí la puerta de casa y no estabas; toda la tarde se adornó de rosas, es decir, todos los rincones de la tarde vistieron solemnes, se hicieron trágicamente felices, de golpe, y aquella increíble lozanía me aludía, cual si fuese yo la única razón de su beatitud. Allí me quedé clavado mis siguientes años, en la equivocación que formamos, o más bien, en los restos de equivocación que formamos; es decir, sin hijos y sin esperanza de vernos convalecer. Si por alguna razón volviera a verte, no te ofrendería mi despecho que no mereces. Seremos inevitablemente más maduros, y seguramente estaremos solos, al fin, tú por tu lado y yo por el mío. Sería también, por primera vez, inevitable serte sincero y decirte qué fue lo que más me ha dolido de ti. Más de diez años juntos y nunca te ví la cara, es cierto, pero tú nunca me viste los ojos.
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domingo, 20 de abril de 2008

Carta a un niño



Querido Sebi:


Te escribo sin saber dónde estás, sin saber siquiera, si esta carta tiene un destinatario. Nada más quisiera decirte que puedo verte; sé que allí dentro donde nadie mira, hay una pena lastimándote. Sé que no deseas hablar con nadie, tan sólo callarte la boca, como si fuese un juego divertido el de romper tus propios records de orgullo patético y finalmente doloroso. Aún no me conoces; pero yo puedo verte. Sos un parásito con baja auto-estima, con baja auto-estima porque te diste cuenta que realmente sos un parásito. Pero un parásito con ojos abiertos, vale más que todo ese conjunto de bichos denigrantes y homogénos, perversos y sempiternos que te miran como diciendo: "Sos un chico, no vales más que lo que vale un chico" y ese sería el adorno convencional de su ignorancia, porque vos sabés (y ellos no lo saben), que en realidad no sos un chico. Vales lo mismo que cualquier otro, pero no sos un chico. Cargas la nostalgia que sólo pueden dar cincuenta años de recuerdos. Vos tenes tus recuerdos, de partida, en un país que no es este; porque aquellas no son las voces que te acunaron y cimbraron como preciosas brisas de aire tus primeros atisbos de vida; aquellas no son las voces que recuerdas. Aquellas son las voces que un destino insobornable reservó en tu nombre y en el de tu familia. Tú lo sabes, y lo digieres como algo que paradojicamente lo hubieras preferido prohibido, para no hallarte soldado de una guerra a la que no perteneces.
Calculo que tendrás uno o dos lápices de mina mordidos en la cartuchera, un calsoncilo de hace tres días y quizás, si te agarró hambre a la mañana, tenes escondido en tu mochila un alfajorcito; calculo también que no debe importarte. Porque a vos te interesan sólo las cosas importantes: Cuánto te mintieron, de qué Dios te hablaron, cuántas sonrisas medrosas, absurdamente forzadas, torturaron en tu nombre. Porqué los gritos, porqué las peleas, y una vez más, porqué carajo los gritos. Porqué este complicado juego de acentos, porqué esta empatía apresurada con el dolor ajeno, porqué esta maniobra típica de la miseria de alejar tus dudas de cualquier respuesta posible. Pero estás enredado en tu infancia, adiestrado para tu infancia, en tu infancia que es una fila de silencios esperando ser salvados por el lenguaje. Yo sé que no es odio lo que ocultas, yo sé que es un amor que no conoce caminos para emprender su viaje, yo sé que es una flor pisada, un armario de abrazos y besos reprimidos, un algo que se aferra a vos y te llama con voz de huérfano, y te pregunta si acaso vendrán a buscarte hoy, y te ponés a pensar si es posible volar, demostrarles algo fantástico, nunca antes visto, para asegurarte de que irán a verte.
Te preguntarás quién soy; digamos que una mezcla entre decisión y tiempo, entre lo que no le dijiste a tu papá aquella tarde de mates y lo que juraste por tu vida que le dirías a tu mamá. Soy el sobreviviente de tu guerra, el que luego buscó una tregua con quienes culpas en silencio, con quienes no sobornas sonrisas ni disfrutas de aquellas que te interponen como un regalo honesto y sencillo. Soy quien más te recuerda, quien desearía ahora mirar con tus mismos ojos, quien desería dormir con tu mismo cuerpo, quien desería abusar de tus labios para besar a quienes merecen de tí cuantos besos pudieras entregarles. Y soy a la vez quien más te odia, por no aprovecharte, por no entregarte. Seguramente ahora estarás pensando que realmente no te entiendo, que soy uno más que llega con discursos grises, aburridos, falsos, tontos, inmensamente hipócritas, es decir, ajenos. Perdoname; la verdad es que no sé cómo debiera yo dirigirme a un niño.

Atentamente,
Sebastián.


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martes, 1 de abril de 2008

Alguien corre peligro

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Llamar su atención, no buscaba más que llamar su atención. Por momentos saltaba, a ratos sólo golpeaba el piso con los pies. Caminaba alrededor suyo para hacerse notar, y al no haber respuesta, entonces se atrevía a preguntarle: "¿Qué me mirás?" buscando provocarlo. Pero tanta vuelta la estaba mareando y decidió sentarse frente a él y enfrentarlo desde allí. "¿A qué viniste?", y un silencio incómodo se detuvo entre mirada y mirada. Ella quería llorar, y buscó formas de ocultarlo; se cubrió simulando un estornudo, fingió una risa violenta y ruidosa, volvió a cubrirse la cara y notó que ya una lágrima surcaba indetenible en su mejilla. "¿Qué mirás?" dijo esta vez, con un tono débil, como dándose por vencida soltando de una vez por todas esa defensa absurda que se autoimponía por orgullo u odio. Una vez más llegó hasta ellos un silencio indeseable y ella decidió volver a atacarlo con preguntas capciosas, caminando alrededor suyo, como una bestia torpe que acecha a su presa exageradamente notoria. "¿Viniste a llevarte a la nena?. Se queda conmigo, ¿me entendiste?. O bien podés llevarte al nene, que pregunta siempre por vos. Porque yo qué le voy a decir, ¿eh?, ¿le digo que se quede conmigo?, ¿con la bruja indeseable, con la estúpida que trabaja todo el día y no se queda con nada?. Llévatelo si querés, es más, te exijo que te lo lleves. Andá, entrá, buscalo. Te lo dí todo, me arruinaste la vida soberano hijo de puta. ¿Qué me mirás?" Inmediatamente la mujer comenzó a desnudarse, a bailar y desnudarse, a ofreceserse y desnudarse para excitarlo y dominarlo y así caminar alrededor suyo preguntándole lo que nunca le había preguntado, y a decir lo que nunca se había atrevido a decir. Pero no hubo respuesta, no hubo forma de lograr su atención, y entonces decidió arrodillarse ante él, pedirle perdón por todo, llorar en su regazo y humillarse hasta perderse completamente en el suelo. Y allí, hacerse la víctima, decir que todo fue un error, que ella era la culpable de todo, pero pedir la muerte, pedir la muerte antes que la hija, rogar la muerte a cambio del hijo. Por favor la muerte, durante décadas de encierro su rutina de gritos aclamarán la muerte.
Pero no bastó más que lo de siempre: aquella sonrisa y esos esforzados gestos de cariño que preceden la súplica de su hija, pero del hijo no porque es demasiado rebelde y ninguno de los dos lo prefiere. Luego, una pequeña discusión, un típico beso en la mejilla, un -no vuelvas-, un -te extraño-, el hombre que se va y la mujer que piensa que ser madre es muy injusto, y más si se está sola, pero todo sea por los hijos.


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