sábado, 26 de enero de 2008

Tu sexo



Este pequeño encierro, esta pequeña tumba.
Este huir de mi sangre, esta orfandad de los huesos.
Cercano a la piel, a los labios, a los ojos,
a lo que conforma una memoria
acude tu sexo a mi juicio.
Me ofrece el destierro,
me impone el olvido.

Sólo queda saber de tí.
Que tu carne huele a la liberación
de esclavos subterráneos;
a manantial, a zumo, a amapolas.
A todo lo que fue hecho
para enfrentar
el desesperado gemido
de mis carencias.

sábado, 19 de enero de 2008

Asesinos




El juego inquietante de la niña, actuaba en lo profundo, como un insecto sin descanso o una herida ignota y potente. Quizás se le ocurrió que fuese esa una buena manera de llamar la atención. Lo que nunca imaginó la pobrecita, es que se estaba equivocando, que llamar la atención nunca sería una buena idea, porque ocupaba mucho espacio en la panza, porque se hacía notar demasiado. Ella, sin embargo, seguía jugando, seguía insistiendo, sin saber que estaba rodeada de jueces, de miradas, de especulaciones; sin saber que estaba siendo asesinada, desde el primer día, cuando supieron de ella y abrieron con fuerza los ojos, por las dudas si se trataba nada más que de una espantosa pesadilla.

viernes, 18 de enero de 2008

La espera






Entre árboles grises, fácilmente transformables por algun habitante del momento, se hallaba un duende herido por una soledad casi insospechable, sobre una parcela algo manchada y envuelta de huellas pequeñas.
-Levantate, que nadie viene.
-Ya sé que nadie viene, pero por qué querés que me levante?
-Porque nadie viene.
-Y quién esperabas que viniera?
-Nadie.
-Ya es tarde, alguien viene.
-Entonces no te levantes, puesto que alguien viene.
-Tengo un enorme deseo de hacer el amor con vos. Vení, acostate conmigo antes de que alguien venga. Rápido, acostate.
(Un leve silencio arrebató la voz del duende, pero sin poderlo sorprender, como si hubiera esperado toda su vida aquel instante)
Y de pronto se perdieron como de un sueño los árboles grises, y no había más que un demente con un cuchillo en la mano, hablándole a un cadáver.

jueves, 17 de enero de 2008

Recuerdos de mi infancia



Mi vida pasó como una promesa huérfana, como un corredor invisible. Se hizo de gloria y de dolor en el camino que cruzó una inocencia que fue alimentándose de heridas. Fueron siglos solitarios; vehementes, radicales y fulminantes, los que envolvieron mi carne de huellas. Yo recuerdo mi infancia como una fila de silencios que esperaban ser salvados por el lenguaje. La recuerdo como un tesoro que me otorgaba la dicha de su riqueza. Los sueños eran más persuasivos y la fantasía, entonces, no era fantasía; era la única verdad en la que creía y que defendía con furia y un valor inefable. En aquellos días envidiaba a las bocinas, a los colores vistosos, a los superhéroes. Yo quería volar tan alto como los Dioses, y ser más visto y tocado que la tierra. Pero entonces, cuando iba a subirme a la cúspide prometida, rodeada de aplausos de adultos y de niños; aquella que a menudo anidaba y recorría, pero que jamás lograba alcanzar; entonces, llegaban ellos: Los enemigos; los instrumentos golpeados, las risas que mentían, las ilusiones que se burlaban de mí, las tropas de verdades que me imponía el mundo. Aquel mundo que entonces era mío, fue invadido por ellos: Los enemigos. Los responsables de que yo dejara de creer; los responsables de que yo migrara a su condenado silencio, a sus pasos medidos, a sus ánimos aplacados, a sus furias abusadas. Ocurrieron entonces inexorablemente las muertes de mis ángeles, la huída de mis fantasías, que entonces, no eran más que cadáveres que se asemejaban a los monstruos con los que luchaba, pero que ya, gastados y tristes, no me daban miedo. Por primera vez lloré sinceramente, no como un niño, sino que como un hombre viejo y sólo. Nadie escuchó mis sollozos, nadie más que ellos: Los enemigos. Pero yo agradezco al lenguaje que me permite recordar mi antigua sabiduría; recorrer la vieja melodía de aquellas voces que cantaron mi infancia, de aquellos serviles coristas; o bien, sepultar en un mausoleo las palabras que entonces, fueron irremediablemente asesinadas. Aquí yo las canto, refugiado de las verdades que fueron concebidas, de la realidad que me fue impuesta por ellos: Los enemigos. Y sobretodo, refugiado en el lenguaje de la verdad más hermética y dolorosa; aquella que nos enseña a ser hombres y no comprende, ni pretende comprender, lo sabios que una vez, hace no mucho tiempo fuimos.