martes, 19 de agosto de 2008

Tentación

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De destrozarte la cabeza tengo ganas y desganas. Ganas desde que sostengo este vaso vacío de vidrio, que pienso que podría ahora estrellártelo tan fuerte, es decir, con tantas ganas de estrellártelo fuerte, y quizás, por fín, destrozarte la cabeza, nada más que para ver como te desangras y como ellos vienen a llorar impresionados, y a sentir innumerables emociones en un sólo momento. Sólo es esta oportuna y constante desgana, la que me hace recordar que si sostengo este vaso, no es más que para beber algo.
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lunes, 18 de agosto de 2008

Diecisiete de Agosto de dos mil ocho

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Tenía los ojos hinchados, la boca abierta y alargada casi alcanzando a tocar su mentón; era como una caricatura de lo imposible, como una encarnación de lo desagradable con rasgos faciales exagerados, y más abajo el drama interminable de su torso y de sus hombros que por descuido se les escapaban veloces dos brazos que se entrecruzaban generando curvas en dirección a su cabeza, sus manos crecían como crecen los árboles y sus dedos aparecían de pronto cimbrándose como ramas y apretándose sobre su cara, como parte final del proceso de la súplica. Pero por qué no, pero por qué no; y ese "por qué no" era el ataque del cual debía defenderse el hombre barbudo, que tenía por hermana a la mujer que aquel personaje pretendía por esposa. Y por qué no, y por qué no, ahora su rostro demacrado por sus dedos y esa horrible enredadera de lana negra atascada a la cumbre de su cráneo le daban un aspecto terrorífico y patético, implacable a la negación del hombre barbudo que meditaba. -Sí, por qué no- pensó entonces o quizás sencillamente lo dijo, lo cual es más probable porque el gran círculo de gente que los rodeaba comenzó a emitir juicios y discutir aquella supuesta sentencia. ¿Por qué no?. ¡porque no!, y el hombre de aspecto patético, que aún continuaba con sus dedos reposando sobre su cara cerró la boca para alargarla esta vez horizontalmente, es decir, con el objetivo aparente de sonreír, y ya la lana que le cubría la cabeza se transformó en cabello, y sus ojos se adueñaron de una mirada distinta, ya nada más faltaban sus dedos por quitarse de la cara, y de su cara comenzaron a emerger vellos que dibujaban una barba cada vez más exuberante, hasta el punto de empujar ella misma los dedos que reposaban sobre su cara. -Si quieres te regalo mi tarjeta de matrimonioms, para que dejes de ser un pobre diabloms- dijo enseguida el hombre barbudo al hombre barbudo, mientras a sus espaldas nada más lloraba la hermana o prometida, que suplicaba desesperadamente con los ojos hinchados y la boca alargada hasta el mentón.

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jueves, 31 de julio de 2008

Yo fui el niño

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Yo fui el niño que quedó atrás;
el que decidió huir con los animales,
sabiendo a salvo, bajo la tierra,

su cómplice de juguete.


El que pensó que pudiera salvarse

tan sólo amando tanto,
tan sólo amando tanto.

Dueño de sus tres años,
teóricamente enamorado,
prácticamente loco.


Yo fui el niño que decidió quedarse;

pero no hubo otra opción,

ellos ya se habían ido,

como niños enojados.



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Por qué escribo




Diré algo de lo que estoy seguro:
Yo escribí por miedo. Y si aún escribo
es porque me he enredado tanto al miedo,
que ya lo asumo como algo
o como todo
de lo que estoy hecho.

Yo escribo por miedo y escribo para salvarme;
para palparme,
para saberme,
para tragarme.

Yo escribo por miedo a quedarme sin ojos;
y que las lágrimas me salgan por los poros,
libres al fin de mi silencio de años,
así tan desnudas y desmesuradas,
y así yo, tan vulnerado de tristeza,
tan frenéticamente violado por el llanto.

No es gran cosa aquello de la escritura,
es sólo mi gran mentira asumida;
Miento cuando nombro al amor
e ignoro la obscenidad
que carga a sus espaldas,
o los guijarros de odio,
innombrables y temibles
que esconden mis afectos.

Entiéndame: decidí -sin ser culpable-
fundar mi nombre sobre jardines inventados,
sobre infancias forjadas a letras,
sobre un obelisco derrumbándose
frente a mi casa.

No es gran cosa aquello de la escritura,
mas para no morir me ha sido suficiente;
Yo escribo por miedo a olvidarme,
por miedo a matarme, a desaparecerme,
por miedo a morir y que no me crean.

Yo escribo
por miedo de haber nacido
-irremediablemente-
en este mundo.


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lunes, 14 de julio de 2008

Sentencia



Mi sentencia fue haber nacido imbecil,

a esto, se me concedió además,
los ojos y las orejas, y por último, la boca.
Diría que por castigo,
he oído tanto,
he visto tanto.
Me he resignado a humillarme;
lo he delirado todo.

Yo nací después de la propaganda.
Y sobre la propaganda, grité la propaganda.
En definitiva, soy prisionero de la propaganda;
moriré habiendo cumplido cadena perpetua.

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domingo, 25 de mayo de 2008

Nadie quite sus ojos de encima

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Carlitos se reflejaba en el espejo, o el espejo se reflejaba en Carlitos. Cada pedazo de Carlitos se calcaba en cada pedazo del espejo, y así, el par correspondiente de Carlitos-espejo unidos correctamente a los demás pares, formaban el reflejo de Carlitos en el espejo, o del espejo en Carlitos. De esta manera, Carlitos gesticulaba, y el espejo recibía el gesto de forma tan precisa, que apelaba sin márgenes de error a la coincidencia, y lograba así reflejar el exhaustivo movimiento de cada músculo de su cara, e incluso, el resultado de su tan riesgosa y compleja decisión de excederse en su confianza con el espejo y revisar hasta los últimos poros de su piel, y de cada vello que nacía y crecía casi al mismo tiempo sobre los mismos. Pero era como si no tuviera idea nadie del trabajo mismo ni del trabajo del otro. Ni el espejo de Carlitos, ni Carlitos del espejo -que además- había olvidado por completo. Porque Carlitos llegó a la confusión inevitable de pensar que realmente era él quien estaba reflejado en el espejo, y no el espejo quien se estaba viendo sobre Carlitos. De todos modos, la rebelión comenzó con una distorsión inhumana en el cuerpo reflejado, es decir, sin los mismos vellos ni los mismos poros que habían sido descubiertos antes, como si alguna mágica ráfaga de sombras extraviara la imagen o resultado del apareamiento entre Carlitos y el espejo, y una especie de muerte quisiera hacer un trío con ellos dos. No vaya ahora Carlitos a confundirse con la muerte, o la muerte con Carlitos, o el espejo pensara que es la muerte, o Carlitos se diera por muerto. Por fortuna, un pestañeo suele pasar inadvertido y sin intenciones de complicar a nadie.
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viernes, 23 de mayo de 2008

Instrucciones para calmar el apetito sexual

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Para dicho propósito, mire a su alrededor y busque aquello que esté al alcance de su mano. Esto puede ser: una mujer, preferentemente dispuesta, para evitar consecuencias indeseables; un hombre, un gato, un perro o una vaca, en caso de que usted viva o se encuentre en zona rural. También es importante considerar lactantes, o niños de entre diez y trece años, puesto que presentan mayor docilidad y usted puede fácilmente manejar su silencio. Es recomendable conservar en su bolsillo un billete grande o una buena cantidad de billetes pequeños, y en el otro bolsillo del pantalón (o en el de la campera si así lo prefiere) un caramelo, una barra de chocolate o un chicle. En caso de que usted tenga pareja, tiene la opción de llamarla por teléfono o tocar directamente la puerta de su casa o de su habitación; si se resiste, amenácela con terminar la relación, o, en el peor de los casos, con un cuchillo de cocina. Si por el contrario, usted no posee apetito sexual, le sugerimos no difundir ni acatar las instrucciones de este material.

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lunes, 19 de mayo de 2008

Nuestra enfermedad incurable

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Más de diez años a su lado y nunca le ví la cara. Ni a sus hijos, que por consiguiente, debían ser mis hijos. El error irreconciliable de procrearlos, de yo dártelos o de tú robartelos. Qué importa. Al fin y al cabo, sólo por ellos decidimos afrontarnos, sólo por ellos decirnos familia, aunque siempre con la misma indiferencia, como si realmente (y de esto soy testigo) nunca nos hubiesemos querido. Hubo, sin embargo, un tiempo en que cada uno aprendió el nombre del otro, como un niño aprende el abecedario o las vocales. Y reconozco que dicha inocencia fue el argumento más sólido que pudo haber tenido cualquiera de mis locuras. Sin duda, la de dejarlo todo, fue la más desmesurada de mis locuras. No nos lo propusimos, sino que se dio, casi al mismo tiempo en que se dieron nuestros hijos; inoportunos, indeseables, horrorosamente amados. Porque los niños no cargan con niños, sino que con muñecos, o a lo más, con carreras universitarias. En aquellos días (que merecen ser aquellos por ser nada más que del pasado) que ella fuera chilena y yo argentino, era nuestro juego de coquetería más desopilante, nos hacía reir y enamorarnos más de la cuenta. En ese entonces yo le decía: "No seas pavota, Carolina", y Carolina asintía con un dejo de duda o misterio que expresaba con una sonrisa encantadora. Bastó el tiempo para que aquella rutinaria gracia, se transformara en un llanto que eligiera mis ojos. Mis ojos, que corrieron como por un péndulo, desde lo inexorable hasta la más humillante vulnerabilidad.
Pasamos (siempre juntos) de ser amados a ser olvidados por nuestros seres queridos, de querernos a olvidarnos lentamente, como una encrucijada del destino, que por ser lenta duele el doble. De ser libres a dejarnos caer en el abismo que fue formándose de a poco; y vernos morir, en el mismo sitio donde un día nos juramos la vida.
Enfrentar todo esto era de algún modo, aceptar la culpa del suicidio. Los gestos de cariño parecían oxidarse, y hacer el amor era casi como una oratoria dominical, casi como un ritual que evocaba una funesta y desagradable resurrección de cadáveres. Recuerdo cuando por primera vez abrí la puerta de casa y no estabas; toda la tarde se adornó de rosas, es decir, todos los rincones de la tarde vistieron solemnes, se hicieron trágicamente felices, de golpe, y aquella increíble lozanía me aludía, cual si fuese yo la única razón de su beatitud. Allí me quedé clavado mis siguientes años, en la equivocación que formamos, o más bien, en los restos de equivocación que formamos; es decir, sin hijos y sin esperanza de vernos convalecer. Si por alguna razón volviera a verte, no te ofrendería mi despecho que no mereces. Seremos inevitablemente más maduros, y seguramente estaremos solos, al fin, tú por tu lado y yo por el mío. Sería también, por primera vez, inevitable serte sincero y decirte qué fue lo que más me ha dolido de ti. Más de diez años juntos y nunca te ví la cara, es cierto, pero tú nunca me viste los ojos.
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domingo, 20 de abril de 2008

Carta a un niño



Querido Sebi:


Te escribo sin saber dónde estás, sin saber siquiera, si esta carta tiene un destinatario. Nada más quisiera decirte que puedo verte; sé que allí dentro donde nadie mira, hay una pena lastimándote. Sé que no deseas hablar con nadie, tan sólo callarte la boca, como si fuese un juego divertido el de romper tus propios records de orgullo patético y finalmente doloroso. Aún no me conoces; pero yo puedo verte. Sos un parásito con baja auto-estima, con baja auto-estima porque te diste cuenta que realmente sos un parásito. Pero un parásito con ojos abiertos, vale más que todo ese conjunto de bichos denigrantes y homogénos, perversos y sempiternos que te miran como diciendo: "Sos un chico, no vales más que lo que vale un chico" y ese sería el adorno convencional de su ignorancia, porque vos sabés (y ellos no lo saben), que en realidad no sos un chico. Vales lo mismo que cualquier otro, pero no sos un chico. Cargas la nostalgia que sólo pueden dar cincuenta años de recuerdos. Vos tenes tus recuerdos, de partida, en un país que no es este; porque aquellas no son las voces que te acunaron y cimbraron como preciosas brisas de aire tus primeros atisbos de vida; aquellas no son las voces que recuerdas. Aquellas son las voces que un destino insobornable reservó en tu nombre y en el de tu familia. Tú lo sabes, y lo digieres como algo que paradojicamente lo hubieras preferido prohibido, para no hallarte soldado de una guerra a la que no perteneces.
Calculo que tendrás uno o dos lápices de mina mordidos en la cartuchera, un calsoncilo de hace tres días y quizás, si te agarró hambre a la mañana, tenes escondido en tu mochila un alfajorcito; calculo también que no debe importarte. Porque a vos te interesan sólo las cosas importantes: Cuánto te mintieron, de qué Dios te hablaron, cuántas sonrisas medrosas, absurdamente forzadas, torturaron en tu nombre. Porqué los gritos, porqué las peleas, y una vez más, porqué carajo los gritos. Porqué este complicado juego de acentos, porqué esta empatía apresurada con el dolor ajeno, porqué esta maniobra típica de la miseria de alejar tus dudas de cualquier respuesta posible. Pero estás enredado en tu infancia, adiestrado para tu infancia, en tu infancia que es una fila de silencios esperando ser salvados por el lenguaje. Yo sé que no es odio lo que ocultas, yo sé que es un amor que no conoce caminos para emprender su viaje, yo sé que es una flor pisada, un armario de abrazos y besos reprimidos, un algo que se aferra a vos y te llama con voz de huérfano, y te pregunta si acaso vendrán a buscarte hoy, y te ponés a pensar si es posible volar, demostrarles algo fantástico, nunca antes visto, para asegurarte de que irán a verte.
Te preguntarás quién soy; digamos que una mezcla entre decisión y tiempo, entre lo que no le dijiste a tu papá aquella tarde de mates y lo que juraste por tu vida que le dirías a tu mamá. Soy el sobreviviente de tu guerra, el que luego buscó una tregua con quienes culpas en silencio, con quienes no sobornas sonrisas ni disfrutas de aquellas que te interponen como un regalo honesto y sencillo. Soy quien más te recuerda, quien desearía ahora mirar con tus mismos ojos, quien desería dormir con tu mismo cuerpo, quien desería abusar de tus labios para besar a quienes merecen de tí cuantos besos pudieras entregarles. Y soy a la vez quien más te odia, por no aprovecharte, por no entregarte. Seguramente ahora estarás pensando que realmente no te entiendo, que soy uno más que llega con discursos grises, aburridos, falsos, tontos, inmensamente hipócritas, es decir, ajenos. Perdoname; la verdad es que no sé cómo debiera yo dirigirme a un niño.

Atentamente,
Sebastián.


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martes, 1 de abril de 2008

Alguien corre peligro

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Llamar su atención, no buscaba más que llamar su atención. Por momentos saltaba, a ratos sólo golpeaba el piso con los pies. Caminaba alrededor suyo para hacerse notar, y al no haber respuesta, entonces se atrevía a preguntarle: "¿Qué me mirás?" buscando provocarlo. Pero tanta vuelta la estaba mareando y decidió sentarse frente a él y enfrentarlo desde allí. "¿A qué viniste?", y un silencio incómodo se detuvo entre mirada y mirada. Ella quería llorar, y buscó formas de ocultarlo; se cubrió simulando un estornudo, fingió una risa violenta y ruidosa, volvió a cubrirse la cara y notó que ya una lágrima surcaba indetenible en su mejilla. "¿Qué mirás?" dijo esta vez, con un tono débil, como dándose por vencida soltando de una vez por todas esa defensa absurda que se autoimponía por orgullo u odio. Una vez más llegó hasta ellos un silencio indeseable y ella decidió volver a atacarlo con preguntas capciosas, caminando alrededor suyo, como una bestia torpe que acecha a su presa exageradamente notoria. "¿Viniste a llevarte a la nena?. Se queda conmigo, ¿me entendiste?. O bien podés llevarte al nene, que pregunta siempre por vos. Porque yo qué le voy a decir, ¿eh?, ¿le digo que se quede conmigo?, ¿con la bruja indeseable, con la estúpida que trabaja todo el día y no se queda con nada?. Llévatelo si querés, es más, te exijo que te lo lleves. Andá, entrá, buscalo. Te lo dí todo, me arruinaste la vida soberano hijo de puta. ¿Qué me mirás?" Inmediatamente la mujer comenzó a desnudarse, a bailar y desnudarse, a ofreceserse y desnudarse para excitarlo y dominarlo y así caminar alrededor suyo preguntándole lo que nunca le había preguntado, y a decir lo que nunca se había atrevido a decir. Pero no hubo respuesta, no hubo forma de lograr su atención, y entonces decidió arrodillarse ante él, pedirle perdón por todo, llorar en su regazo y humillarse hasta perderse completamente en el suelo. Y allí, hacerse la víctima, decir que todo fue un error, que ella era la culpable de todo, pero pedir la muerte, pedir la muerte antes que la hija, rogar la muerte a cambio del hijo. Por favor la muerte, durante décadas de encierro su rutina de gritos aclamarán la muerte.
Pero no bastó más que lo de siempre: aquella sonrisa y esos esforzados gestos de cariño que preceden la súplica de su hija, pero del hijo no porque es demasiado rebelde y ninguno de los dos lo prefiere. Luego, una pequeña discusión, un típico beso en la mejilla, un -no vuelvas-, un -te extraño-, el hombre que se va y la mujer que piensa que ser madre es muy injusto, y más si se está sola, pero todo sea por los hijos.


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domingo, 16 de marzo de 2008

Nos vimos morir

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Nos vimos morir. Nosotros,
los que vimos también
emerger la vida en lugares imposibles.

Nos vimos morir. Nosotros,
los únicos testigos y creadores
de aquel universo
que adoramos como dioses.

Nos vimos morir y desterrarnos,
nos vimos lejos, de pronto, tú y yo,
del lugar donde nos juramos la vida.

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jueves, 13 de marzo de 2008

Un niño corre en una plaza


Un niño corre en una plaza;

-¿Hacia dónde?- Qué importa.

Resulta que corre,

resulta que es un niño,

resulta que aún sabe lo que es la libertad.


Un niño corre en una plaza;

-¿Hacia dónde?- Qué importa.

Corre, y es frente a mis ojos,

un milagro que desfila sin apuros.


Un niño que corre en una plaza

es una promesa de alivio

destinada a la auto-marginación.


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lunes, 18 de febrero de 2008

Cómo responderle



Y cómo responderle a esos ojos a lo lejos.
Y cómo guardar silencio,
y cómo no inquietarse,
si son violentos,
si me arrancan a pedazos,
si se posan como dueños.

El mundo está lleno de ojos. (Es un hecho)
Pero aquellos se detienen frente a mí,
como una piña de burlezca amenaza,
como los bichos invisibles que hospedo,
como el indefinido dolor de una herida nómade.

Y cómo, díganme cómo,
¡cómo carajo responderle a esos ojos a lo lejos!

sábado, 9 de febrero de 2008

Hambre

Sólo hay hambre,
hombres y hambre.
Guerras de hambre
contra hambre.

La víbora hambrienta,
la mano hambrienta.

Rodearon de muerte
la primavera.
Sólo quedan cenizas
de hambre.

Sospecho que el viento,
(algún día)
acabará con el hambre

sábado, 26 de enero de 2008

Tu sexo



Este pequeño encierro, esta pequeña tumba.
Este huir de mi sangre, esta orfandad de los huesos.
Cercano a la piel, a los labios, a los ojos,
a lo que conforma una memoria
acude tu sexo a mi juicio.
Me ofrece el destierro,
me impone el olvido.

Sólo queda saber de tí.
Que tu carne huele a la liberación
de esclavos subterráneos;
a manantial, a zumo, a amapolas.
A todo lo que fue hecho
para enfrentar
el desesperado gemido
de mis carencias.

sábado, 19 de enero de 2008

Asesinos




El juego inquietante de la niña, actuaba en lo profundo, como un insecto sin descanso o una herida ignota y potente. Quizás se le ocurrió que fuese esa una buena manera de llamar la atención. Lo que nunca imaginó la pobrecita, es que se estaba equivocando, que llamar la atención nunca sería una buena idea, porque ocupaba mucho espacio en la panza, porque se hacía notar demasiado. Ella, sin embargo, seguía jugando, seguía insistiendo, sin saber que estaba rodeada de jueces, de miradas, de especulaciones; sin saber que estaba siendo asesinada, desde el primer día, cuando supieron de ella y abrieron con fuerza los ojos, por las dudas si se trataba nada más que de una espantosa pesadilla.

viernes, 18 de enero de 2008

La espera






Entre árboles grises, fácilmente transformables por algun habitante del momento, se hallaba un duende herido por una soledad casi insospechable, sobre una parcela algo manchada y envuelta de huellas pequeñas.
-Levantate, que nadie viene.
-Ya sé que nadie viene, pero por qué querés que me levante?
-Porque nadie viene.
-Y quién esperabas que viniera?
-Nadie.
-Ya es tarde, alguien viene.
-Entonces no te levantes, puesto que alguien viene.
-Tengo un enorme deseo de hacer el amor con vos. Vení, acostate conmigo antes de que alguien venga. Rápido, acostate.
(Un leve silencio arrebató la voz del duende, pero sin poderlo sorprender, como si hubiera esperado toda su vida aquel instante)
Y de pronto se perdieron como de un sueño los árboles grises, y no había más que un demente con un cuchillo en la mano, hablándole a un cadáver.

jueves, 17 de enero de 2008

Recuerdos de mi infancia



Mi vida pasó como una promesa huérfana, como un corredor invisible. Se hizo de gloria y de dolor en el camino que cruzó una inocencia que fue alimentándose de heridas. Fueron siglos solitarios; vehementes, radicales y fulminantes, los que envolvieron mi carne de huellas. Yo recuerdo mi infancia como una fila de silencios que esperaban ser salvados por el lenguaje. La recuerdo como un tesoro que me otorgaba la dicha de su riqueza. Los sueños eran más persuasivos y la fantasía, entonces, no era fantasía; era la única verdad en la que creía y que defendía con furia y un valor inefable. En aquellos días envidiaba a las bocinas, a los colores vistosos, a los superhéroes. Yo quería volar tan alto como los Dioses, y ser más visto y tocado que la tierra. Pero entonces, cuando iba a subirme a la cúspide prometida, rodeada de aplausos de adultos y de niños; aquella que a menudo anidaba y recorría, pero que jamás lograba alcanzar; entonces, llegaban ellos: Los enemigos; los instrumentos golpeados, las risas que mentían, las ilusiones que se burlaban de mí, las tropas de verdades que me imponía el mundo. Aquel mundo que entonces era mío, fue invadido por ellos: Los enemigos. Los responsables de que yo dejara de creer; los responsables de que yo migrara a su condenado silencio, a sus pasos medidos, a sus ánimos aplacados, a sus furias abusadas. Ocurrieron entonces inexorablemente las muertes de mis ángeles, la huída de mis fantasías, que entonces, no eran más que cadáveres que se asemejaban a los monstruos con los que luchaba, pero que ya, gastados y tristes, no me daban miedo. Por primera vez lloré sinceramente, no como un niño, sino que como un hombre viejo y sólo. Nadie escuchó mis sollozos, nadie más que ellos: Los enemigos. Pero yo agradezco al lenguaje que me permite recordar mi antigua sabiduría; recorrer la vieja melodía de aquellas voces que cantaron mi infancia, de aquellos serviles coristas; o bien, sepultar en un mausoleo las palabras que entonces, fueron irremediablemente asesinadas. Aquí yo las canto, refugiado de las verdades que fueron concebidas, de la realidad que me fue impuesta por ellos: Los enemigos. Y sobretodo, refugiado en el lenguaje de la verdad más hermética y dolorosa; aquella que nos enseña a ser hombres y no comprende, ni pretende comprender, lo sabios que una vez, hace no mucho tiempo fuimos.