martes, 1 de abril de 2008

Alguien corre peligro

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Llamar su atención, no buscaba más que llamar su atención. Por momentos saltaba, a ratos sólo golpeaba el piso con los pies. Caminaba alrededor suyo para hacerse notar, y al no haber respuesta, entonces se atrevía a preguntarle: "¿Qué me mirás?" buscando provocarlo. Pero tanta vuelta la estaba mareando y decidió sentarse frente a él y enfrentarlo desde allí. "¿A qué viniste?", y un silencio incómodo se detuvo entre mirada y mirada. Ella quería llorar, y buscó formas de ocultarlo; se cubrió simulando un estornudo, fingió una risa violenta y ruidosa, volvió a cubrirse la cara y notó que ya una lágrima surcaba indetenible en su mejilla. "¿Qué mirás?" dijo esta vez, con un tono débil, como dándose por vencida soltando de una vez por todas esa defensa absurda que se autoimponía por orgullo u odio. Una vez más llegó hasta ellos un silencio indeseable y ella decidió volver a atacarlo con preguntas capciosas, caminando alrededor suyo, como una bestia torpe que acecha a su presa exageradamente notoria. "¿Viniste a llevarte a la nena?. Se queda conmigo, ¿me entendiste?. O bien podés llevarte al nene, que pregunta siempre por vos. Porque yo qué le voy a decir, ¿eh?, ¿le digo que se quede conmigo?, ¿con la bruja indeseable, con la estúpida que trabaja todo el día y no se queda con nada?. Llévatelo si querés, es más, te exijo que te lo lleves. Andá, entrá, buscalo. Te lo dí todo, me arruinaste la vida soberano hijo de puta. ¿Qué me mirás?" Inmediatamente la mujer comenzó a desnudarse, a bailar y desnudarse, a ofreceserse y desnudarse para excitarlo y dominarlo y así caminar alrededor suyo preguntándole lo que nunca le había preguntado, y a decir lo que nunca se había atrevido a decir. Pero no hubo respuesta, no hubo forma de lograr su atención, y entonces decidió arrodillarse ante él, pedirle perdón por todo, llorar en su regazo y humillarse hasta perderse completamente en el suelo. Y allí, hacerse la víctima, decir que todo fue un error, que ella era la culpable de todo, pero pedir la muerte, pedir la muerte antes que la hija, rogar la muerte a cambio del hijo. Por favor la muerte, durante décadas de encierro su rutina de gritos aclamarán la muerte.
Pero no bastó más que lo de siempre: aquella sonrisa y esos esforzados gestos de cariño que preceden la súplica de su hija, pero del hijo no porque es demasiado rebelde y ninguno de los dos lo prefiere. Luego, una pequeña discusión, un típico beso en la mejilla, un -no vuelvas-, un -te extraño-, el hombre que se va y la mujer que piensa que ser madre es muy injusto, y más si se está sola, pero todo sea por los hijos.


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