Diré algo de lo que estoy seguro: Yo escribí por miedo. Y si aún escribo es porque me he enredado tanto al miedo, que ya lo asumo como algo o como todo de lo que estoy hecho.
Yo escribo por miedo y escribo para salvarme; para palparme, para saberme, para tragarme.
Yo escribo por miedo a quedarme sin ojos; y que las lágrimas me salgan por los poros, libres al fin de mi silencio de años, así tan desnudas y desmesuradas, y así yo, tan vulnerado de tristeza, tan frenéticamente violado por el llanto.
No es gran cosa aquello de la escritura, es sólo mi gran mentira asumida; Miento cuando nombro al amor e ignoro la obscenidad que carga a sus espaldas, o los guijarros de odio, innombrables y temibles que esconden mis afectos.
Entiéndame: decidí -sin ser culpable- fundar mi nombre sobre jardines inventados, sobre infancias forjadas a letras, sobre un obelisco derrumbándose frente a mi casa.
No es gran cosa aquello de la escritura, mas para no morir me ha sido suficiente; Yo escribo por miedo a olvidarme, por miedo a matarme, a desaparecerme, por miedo a morir y que no me crean.
Yo escribo por miedo de haber nacido -irremediablemente- en este mundo.
Mi sentencia fue haber nacido imbecil, a esto, se me concedió además, los ojos y las orejas, y por último, la boca. Diría que por castigo, he oído tanto, he visto tanto. Me he resignado a humillarme; lo he delirado todo.
Yo nací después de la propaganda. Y sobre la propaganda, grité la propaganda. En definitiva, soy prisionero de la propaganda; moriré habiendo cumplido cadena perpetua.